Pateando la India

Aventuras y desventuras encima de un tren

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21 abril 2006

El descubrimiento

En 2004 fuimos a India por primera vez. La India, con sus 1.100 millones de habitantes, es el segundo país más poblado del mundo después de China. Llegamos a Delhi desde Londres de madrugada, con diez horas de viaje a nuestras espaldas. Nos sorprendió ver desde el cielo la poca luz que emitía la gran urbe, con más de 18 millones de habitantes. Sin embargo, cuando ves una foto nocturna del mundo, India irradia tanta luz como muchos de los países desarrollados, quizá por la gran densidad de población que tiene. Lo que sí es cierto, y lo pudimos comprobar en varias ocasiones, es que allí quedarse sin suministro eléctrico es mucho más que frecuente. ¿Será esta la causa del elevado índice de natalidad que sufren?

El aeropuerto Internacional Indira Gandhi, no hace honor a la gran capital que representa. Es un aeropuerto desangelado, o por lo menos esa fue la sensación que tuvimos al pisarlo por primera vez. El taxi y el hotel los habíamos contratado a través de internet desde casa, previendo la hora en que llegaríamos y el estado en que nos encontraríamos, no teníamos ganas de empezar a pelear hasta que estuvieramos descansados. El precio parecía razonable y, desde España, por supuesto lo era: 5€ la habitación doble con baño y televisión. Sin embargo, el hotel no se parecía en nada a lo que aquí estamos acostumbrados. Habitaciones oscuras, todas interiores con ventana a los pasillos o a la escalera. La tele, cuando había luz, no funcionaba y el baño criaba pulgas. Además, la puerta no teníallave, en recepción te dan un candado para cerrar la puerta cuando te vas, si es que tú no llevas tu propio candado. Aparte de esto, sin problema, nos pareció bastante limpio.

La llegada al hotel nos hizo vislumbrar lo que esto podía ser, pero ni de lejos lo que es en realidad. La calle sin asfaltar mostraba a las vacas durmiendo o rebuscando en los montones de basura, y en las puertas de los comercios cerrados la

photo by Gary Goldenberg

gente durmiendo en el suelo o en viejos charpoys, las rudimentarias camas indias, cuatro (char en hindi) patas y unas tiras cruzadas que sirven de somier y de colchón a la vez.



India es increíble. Si no lo vives no lo puedes ni imaginar. El impacto de la ciudad de día fue indescriptible. Se nos debío marcar en la cara la expresión de sorpresa y desorientación de todos los extranjeros que aterrizan en estas tierras. Salimos a desayunar sin saber dónde ni qué. La multitud se había apoderado de la calle, el día a día corría desde hacía horas por tiendas, mercados y estaciones. Una alcantarilla delante de la puerta del hotel debía de tener problemas y unos hombres andaban metidos en ella sin prejuicios aparentes. Probablemente era su destino en esta vida, marcado por la casta heredada el día de su nacimiento... o más probablemente carecían de casta, lo que los obliga a realizar las labores más desagradables de la sociedad: recoger las basuras, meterse en alcantarillas o llevar y quemar a los muertos.

En busca de un lugar "auténtico" donde desayunar desfilábamos delante de hombres sentados con enormes sartenes donde freían una masa dulce de color naranja que luego vendían cubierta de un almíbar empalagoso. Por mucha fama que tengan los dulces indios nosotros no supimos descubrir su encanto. Main Bazaar, la calle donde se encontraba nuestro hotel, desemboca en una calle ancha, y al otro lado está la Estación de Trenes de Nueva Delhi. Antes de cruzar la calle encontramos un puesto callejero donde preparaban comida, arroz con salsa picante, y allí decidimos desayunar. Creo que no fue una buena elección. El indio que regentaba el puesto fue muy ambable, como lo son todos ellos, pero seguro que se sonreía al vernos novatos con ganas de probarlo todo.

Chocados por la impresión que causa ver a las vacas comiendo plásticos, papeles o cualquier desperdicio que encuentren por la calle decidimos armarnos de valor y coger un motorickshaw para ir a Connaught Place, por supuesto nos engañaron. El trayecto es mínimo, y el precio también debería haberlo sido. Pero no fue así. A parte de pagar mucho más de lo que se suponía (esto es inevitable cuando es la primera vez) nos llevaron donde ellos quisieron, a una agencia de viajes anunciada bajo el título de Oficina de Turismo del Gobierno. Estas abundan en toda India y se aprovechan de turistas sin experiencia para vender viajes a lugares desaconsejados o alquilar coches con guía a precios desorbitados. Poco vimos esta primera vez en Connaught Place. En realidad no es que tenga mucho que ver, si no quieres comprar lo mismo que comprarías en Europa, pero con diseños un poco más anticuados.

Más interesante fue visitar Chadni Chowk, una famosa calle comercial del casco antiguo. En la parte alta de este barrio se encuentra la Gran Mezquita (Jama Masjid) y en la misma zona el Fuerte Rojo. El barrio es muy interesante porque tiene un bazar de calles estrechas, algunas diminutas, donde se agrupan los distintos gremios. El bullicio de gente es espectacular, como en toda India, y los buscavidas, por supuesto, abundantes. Aquí vimos cosas inverosímiles, como un hombre que se dedicaba a recoger pedacitos de billetes rotos y con ellos montaba billetes enteros. Cualquier cosa puede conversirse en oficio.

Los ciclorickshaws, taxis triciclo tirados por hombres escuálidos, son lo más llamativos en este primer contacto con la sociedad india. Estos carritos están a la orden del día y ves a sus conductores desnutridos tirando de un peso que les debe superar en mucho a lo que parece humanamente posible. Muchos de ellos malviven con estos aparatos por los que pagan un arrendamiento altísimo y que, por supuesto, no abandonan bajo ningún concepto. No en vano les ves durmiendo encima de ellos, no pueden arriesgarse a perder su único medio de subsistencia. En realidad, observándolos empiezas a descubrir que los indios no tienen piedad entre ellos. Los que utilizan sus servicios lo hacen sin remordimientos y regateando hasta la última paisa a la hora de acordar el precio. Es más que normal ver a los "rickshaw wallah" llevando a familias enteras con los equipajes o las compras sin que estos muestren ningún tipo de compasión. La superioridad que muestran las castas más altas respecto a las inferiores sin ningún pudor resultan sumamente chocantes para un occidental. Otro ejemplo de esta jerarquización establecida por las castas la pudimos ver por la noche, cuando fuimos a cenar a un bar: el jefe pegó sin compasión a dos de sus trabajadores por haber hecho algo mal.

La cara más triste de Delhi, y de la India en general, son sin duda los niños. Sorprende ver lo menuditos que son para su edad. Son niños sin infancia que desde muy pequeños se ven abocados a asumir responsabilidades de adulto. Les ves en la calle cuidando de hermanos menores, en bares y comercios trabajando, pidiendo o rebuscando en los desperdicios.

El tráfico es caótico, es la ley del claxón y del más fuerte: peatones, coches, bicis, vacas, todo mezclado. Da igual por qué lado se circule, lo importante es intentar pasar y que el otro no te pille. De hecho, hay reconocer que los indios saben conducir, no en el sentido europeo de la frase, pero sí en su caos. El primer problema de verdad que se nos presentó fue cruzar una calle. Era imposible. Camiones, coches, autobuses no cesaban de pasar y nosotros esperando para cruzar. La solución se nos presentó sola. De repente algunos viandantes se nos unieron y poco a poco fuimos creando un grupo bastante numeroso. Cuando creímos que éramos suficientes empezamos a invadir la calzada y, ¡oh, milagro!, los vehículos se detuvieron. El grupo creó la fuerza y conseguimos nuestro objetivo: pasar al otro lado.

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Oye, leyendote parece como si uno hubiese estado alli. Sigue con tus relatos de viajes, son apasionantes.

Saludos - Freeman

6:07 p. m.  

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