Pateando la India

Aventuras y desventuras encima de un tren

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09 mayo 2006

La estrella de la India



El Taj Mahal, en Agra, es sin duda la estrella de la India. ¿Cómo vas a ir a India y no ir a ver el Taj Mahal?
Como pasa con todos los mitos son más fantasía que realidad. Por supuesto, se trata de un edificio impactante, por su estructura y su color blanquísimo, merece la calificación que le han puesto de una de las 7 maravillas del mundo moderno. El impresionante mausoleo mongol fue construido en tiempo récord como muestra de amor por un rajá y con el esfuerzo y la vida de miles de trabajadores.
Sin embargo, lo que más impresiona no es su arquitectura perfecta, sino el contraste de los miles de turistas indios paseando descalzos por encima del mármol caliente. El despliegue de colores de los saris daban la nota realmente exótica al lugar. Familias enteras sentadas sobre la cálida piedra blanca disfrutaban de un día de fiesta que sería tan inolvidable para ellos como para nosotros.

En este lugar mítico nos dimos cuenta de varias cosas:
1. La mayoría de turistas en la India son indios, el turismo mayoritario del país es turismo interno, los turistas extranjeros en India son minoría (creo que son unos 4 millones al año, cantidad ínfima comparado con los más de mil millones de habitantes que tiene el país).
2. A los indios les encanta sacarse fotos o, en su defecto, que les saquen fotos junto a los turistas europeos, fruto de esta afición descubrimos que abunda una profesión prácticamente desaparecida en nuestro mundo: los fotografos profesionales, los que andan con la cámara a la caza de clientes deseosos de tener una foto profesional, normalmente muy kitsch, colgada en el salón de su casa. La foto que triunfaba en este caso era la que se hacían casi todos en una posición y perspectiva en la que parecía que el fotografiado estaba sujetando el edificio con sus manos. Nunca antes habíamos experimentado la sensación de ser el objeto de tantas fotos como allí: fotos con los niños, con los novios o con otros turistas desconocidos eran más interasantes que el propio monumento.
3. Las indias son elegantes y guapísimas, o por lo menos esta es la impresión que sacas cuando las ves envueltas en sus magníficos saris.
A la entrada del recinto, un hormiguero de buscavidas, me llamó la atención un árbol, creo que era un ficus, al que debían estar curando de alguna enfermedad. Estaba envuelto con una tela, como si lo hubiesen vendado, y parecía más un totem que otra cosa. Pero lo encontré maravilloso. Más adelante vi cómo este país trata a los árboles como algo sagrado, poniendo a sus pies altares y símbolos divinos como lingams o figuras de vacas. Los árboles se convierten en lugares de oración y promesas, a menudo se llenan de ofrendas en forma de flores, arroz, o en ellas queman de inciensos, por las que los dioses deben conceder deseos.
De las dos mezquitas laterales que completan el conjunto arquitectónico una de ellas es puramente decorativa, pues por exigencias de simetría no puede estar mirando a la meca. La otra sigue sirviendo de lugar de oración, donde no sólo se ora sino que también encuentras a la gente descansando, meditando o dando el pecho a los niños. India está salpicada de un gran número de bellas mezquitas que recuerdan cual fue la religión de la clase históricamente dominante hasta su independencia y partición.

Nos quedamos en el Taj Mahal hasta el atardecer. Dicen que este edificio cambia de color con el sol. Y es cierto. Nosotros vimos como se volvía dorado con la puesta de sol tumbados en el jardín. Yo ya no me sentía muy bien. Me dolía la cabeza, pero este es un mal normal para mi, por lo que ni podía imaginar lo que estaba incubando.


Por la noche, en el hotel, ya no comí. Eso sí es raro en mi. Me estaba inmunizando. Al acostarme ya tenía más de 39º de fiebre y se evidenciaba una gastroenteritis galopante que me postró en la cama durante tres días. Las habitaciones del hotel estaban dispuestas alrededor de un patio central donde sobrevivían algunas plantas, allí se podía comer y el patio se convertía en un agradable restaurante. Pero cuando entrabas en las habitaciones estas se asemejaban más a celdas que a dormitorios de hotel. Un ventanuco dejaba entrar escasamente la luz en la nuestra, y el lujo del baño privado no era gran cosa. De todas formas, en vista de mi situación, agradecí muchísimo no tener que salir al pasillo cada vez que necesitaba utilizarlo. Parece que no era la única en sufrir los achaques del cambio de alimentación e higiene. Desde la cama podía oír a otros huéspedes utilizar el baño y reconocer ruidos desagradables. Solo yendo con alguien de absoluta confianza puedes superar tranquilamente algo así, y eso se demuestra cuando es la otra persona la que está más preocupada que tú.

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