Desde Gokarna decidimos irnos a Kerala, concretamente a
Cochin. Gokarna no tenía una estación de tren importante, por lo que tuvimos que coger el autobús hasta el pueblo donde paraba el tren que nos llevaría al paraíso.
Parece que cuando los empleados de la red ferroviaria venden los billetes ponen a todos los turistas occidentales juntos. La verdad es que casi siempre nos encontrábamos que íbamos todos en el mismo vagón. Diréis que debían de haber muchos, pero no es así, por India no nos paseamos tantos...
Pues bien, en el tren coincidimos con dos francesas que nos llamaron la atención, ya que no eran dos amigas viajando juntas de mochileras, sino que se trataba de una madre con su maleta y su hija con la mochila.
El viaje fue largo, como casi todos, y, como es normal, te da tiempo a todo: Mirar por la ventana, ejercicio muy recomendable, leer, dormir, escuchar música, cosas menos provechosas, y observar a los viajeros, actividad de lo más entretenida: por su comportamiento puedes adivinar a qué van, qué tipo de personas son e, incluso, si son hindúes, a qué casta pertenecen. Las francesas, indudablemente, se
salían del estándar de mochilero que sueles encontrarte (nosotros mismos).
Recuerdo que por la mañana, después de una noche en la litera con los tapones, el antifaz y un diazepán para dormir mejor, llegamos a
Ernakulam, la estación de Cochín. Como siempre luchamos con los rickshaw-wallah y logramos llegar al ferry. Al ferry llegaron también nuestras compañeras de viaje. Entablamos una breve y banal conversación sobre nuestra procedencia, lugares que habíamos visitado en India y hoteles donde pensábamos hospedarnos. Ellas resultaron ser de Marsella, lo que nos las acercaba bastante, cuando estás tan lejos Marsella y Barcelona se convierten en hermanas.
En Cochin dormimos en Spencer's Home, un hotelito, ubicado en una antigua casa colonial y llevada por dos hermanos muy amables. Mientras estábamos allí la estaban reformando, estaban habilitando nuevas habitaciones alrededor de un patio muy agradable y pintando el resto de la casa. Fuimos a parar allí por casualidad, pero resultó ser una buena elección. La habitación era espaciosa y estaba decorada con muebles coloniales, con mosquitera incluída. Además, era barato.
Los hoteles donde se alojan los turistas en Cochín suelen estar en una pequeña isla que es el casco histórico, por lo que durante la estancia coincidimos en alguna ocasión y nos saludamos tímidamente.
Ahora viene lo curioso, ocurrió durante nuestro segundo viaje a la India. Buscando lugares donde no hubiésemos estado la primera vez llegamos a
Trichy, una ciudad en el centro del sur de la India, con un templo que se caracteriza por estar en la cima de una roca. Para visitarlo hay que subir unos 500 escalones. A parte de esto, Trichy no tiene gran cosa, pero nos venía bien para nuestro itineriario. Al llegar a la entrada del templo, alucinados como siempre, nos encontramos con
hordas de peregrinos atraídos por la roca. Entramos sin dejar de observar el trajín que todos, visitantes y autóctonos se traían y en esas nos encontramos a las francesas. ¡No lo podíamos creer! Y ellas tampoco, por supuesto. Nos saludamos efusivamente, la madre nos contó que en invierno había vuelto ella sola a India y que era ya, con esa, la tercera vez que visitaba el país. Había decidido, no se por qué razón visitarlo cada seis meses. Después de este encuentro, la verdad, no salíamos de nuestro asombro... y no me digáis que no es para quedarse de piedra, como el templo.